jueves, 12 de marzo de 2009

Juana de Arco

Ya estaban fuera. Ya todo podía tranquilizarse. Pero él aún observaba, ansiaba verlo todo. Y nunca iba a dejar de hacerlo. La niña exhaló un profundo suspiro. Parecía que su corazón también quisiera liberarse, como un cardenal enjaulado. Se serenó un poco, e hizo la cabeza a un lado. Entonces estaba equivocada, aún no había terminado. Entre la abundancia verde, creyó ver unos reflejos color plata, se dejaban ver y se ocultaban. Tal vez no querían ser descubiertos. Juana se incorporó, para corroborar si seguía soñando. Pero allí estaba, y era una gran espada, de aquellas que usaban los caballeros, los que la niña veía pasar siempre altaneros en su montura. Pensó en tomarla, pero luego tuvo el incoherente pensamiento de que no podría, porque sería demasiado pesada. Decidió intentarlo de todos modos, y al posar su mano sobre ella, sintió un estremecimiento al contacto con el frío metal. Sus frágiles dedos se aferraron con fuerza a la empuñadura y, forzando los músculos, la levantó. Al hacerlo no sintió ningún peso, y comprendió que era innecesario realizar fuerza, ya que dicha espada resultó ser livianísima. La observó un buen rato, y vio su cara reflejada con toda claridad. Se recostó nuevamente, y empuñó el arma hacia el cielo, sosteniéndola un momento. Luego, murmuró su nombre, y, en ese mismo instante, algo cambió.
La luz ya no la iluminaba. La mirada divina y salvadora se había apagado, dejándola sola en una penumbra incierta, húmeda. Juana se sintió desprotegida, desnuda y en peligro, como los dos primeros seres creados y luego expulsados por Él. Sin embargo, al incorporarse, percibió que ese lugar, aquel bosque de altísimos árboles perennes, ya lo conocía. Pero en sus sueños. Era el lugar donde estaba Él, en su trono de piedra, pero no esta vez. El trono estaba vacío, porque el niño se había marchado.



http://www.youtube.com/watch?v=T4wh863-l6o acá pueden ver la parte correspondiente

miércoles, 4 de marzo de 2009

Juana de Arco, 5ta parte

Todo estaba bien. Todo era maravilloso. ¿En verdad lo era? No lo sabía. El cielo ya no se veía tan azul. Pero la luz la encandilaba, y sentía el viento en su rostro, parecía que unas finas manos la acariciaran, le desordenaran el cabello, le hicieran cosquillas. Abrió sus ojos. Sólo pudo ver una inmensidad de color gris plomizo, y unas nubes hechas de filigrana. Pero se movían demasiado rápido. Todo se movía demasiado rápido. Los colores se mezclaron; grises, verdes, rojos, y la agitación de Juana iba en aumento.
Me están mirando. Están observándome, todos ellos, todas esas figuras de mármol blanco. Y tenía razón, estaban allí, en su mente, para ver el gran milagro que se produciría; se creían sueños, espejismos. Pero al margen de estas presencias inertes, otra observaba a Juana, que a decir verdad, también era inerte, aunque no tanto, ya que vivía en su corazón. El niño. Sus ojos lo sabían todo, era omnipresente y omnisciente, y por lo tanto, sabía que había llegado el momento. Ya era hora de darle algún significado material a aquel espectáculo sobrenatural, ya era hora de dejar de hacerse creíble sólo en la mente, ya era hora de mostrar magnificencia. Te llamo, Juana. Te estoy llamando. Quiero que estas palabras broten de tu boca. Que salgan de la oscura caverna al bello jardín. Déjalas libres, Juana. Déjalas salir. La campana de la capilla retumbó. Juana. Juana.