martes, 13 de enero de 2009

Señor, no puedes hacerme esto. Unos finos y juguetones dedos se aferraron a la rejilla, seguidos por una clara mirada, profunda y devota. El cura lanzó un gran suspiro, aliviado. Juana. Era sólo Juana. Qué chiquilla tan meritoria, pensó el cura. Los otros niños no concurren ni la mitad de las veces que ella a la capilla. A veces me parece que no es normal.
_ Niña, sabes que siempre es un gusto tenerte por aquí, pero que vengas dos o tres veces al día…
Juana lo miró con sus grandes ojos y el cura vio en ellos el ardor de la fe. Estaba completamente seguro de que el corazón de Cristo había llenado la totalidad del infantil corazón de Juana. Y no sólo su corazón, sino su mente, y sus actos.
_ Tengo que confesarme _ dijo ansiosa.
_ Pero ya lo hiciste hoy, en las primeras horas del día.
_ Quiero volver a hacerlo. Lo necesito. Por favor_ miró al cura expectante, y este le devolvió la mirada, preguntándose cómo una pequeña niña que debería estar entusiasmada con juegos, lecciones y tal, puede estar tan preocupada por el fuego eterno. Suspiró.
_ Y, ¿qué pecado tan atroz cometiste que no puede esperar hasta mañana para ser perdonado?
_ Enfrente de nuestra cabaña vi a un monje pobre. Estaba descalzo, y le di zapatos.
El cura esbozó una pequeña sonrisa, pensando que si todos fueran como Juana, se pasaría toda una noche y todo un día confesando a las miles de personas por cada acto que cometieron.
_ Juana _ comenzó pacientemente _, la caridad no es un pecado.
Ella parpadeó varias veces, respirando hondo.
_ Es que… no eran mis zapatos.
_ Pero, ¿de quién eran?
_ Eran de mi padre _. Bajó la mirada avergonzada.
El cura se pasó una callosa mano por la cabeza calva.
_ Seguro sabrá perdonarte.
Juana sonrió, y dijo: ya lo hizo. Luego bajó la mirada, y las sombras de sus párpados se reflejaron en sus generosos pómulos.
_ Pero quiero que Jesús me perdone también.
El buen cura, ya comenzando a impacientarse, intentó explicarle lo que había estado pensando hacía unos minutos.
_ Querida, si pidiéramos perdón todo el tiempo, a todas horas, pasaríamos toda nuestra vida en el templo, tú no puedes…
_ ¿Y eso es malo? _ lo interrumpió repentinamente Juana.
El hombre calló sin más, sin saber qué responder.
_ No, no lo es pero… _ decidió desviar la conversación hacia algún otro tema._ ¿Te gusta tu hogar, eres feliz allí? ¿Todo marcha bien con tu mamá, tu hermana?
_ Sí, me gusta mi casa. Mamá es muy buena, y mi hermana… ella es mi mejor amiga, es maravillosa.
_ ¿Y tus otros amigos? _ preguntó para distraer a Juana y hacer que se olvidara del asunto_. ¿No te gusta jugar con ellos?
Juana calló un minuto, con la mirada perdida en el vacío. Su semblante indicaba que estaba recordando algo, que ni ella misma estaba segura que fuera realidad.
_ Con ellos… sí, juego a diario.
_ Bueno, parece que va todo muy bien _ dijo el cura triunfante_. Entonces, ¿cómo es que vienes tan seguido?
Juana calló misteriosamente de nuevo. Recorrió con su inocente mirada toda la capilla, y finalmente miró al cura.
_ Yo… me siento segura aquí_ suspiró_. Es donde puedo hablar con él.
El cura frunció el ceño, confundido. Una idea estaba comenzando a formarse dentro de su cabeza. Pero no quiso creer.

jueves, 8 de enero de 2009

Juana de Arco (La película de Luc Besson, adaptada a novela)
Comienzo 5/1/09



La capilla del pequeño pueblo de Domrémy se hallaba silenciosa y en penumbra. De hecho, estaba tan inerte que no parecía que en su interior habitara un hálito divino.
El señor Jesucristo observaba todo desde las alturas, porque debía estar alejado de los mortales. Debían adorarle, pero temerle. La poca luz que penetraba en la estancia lo hacía difusa y dubitativamente. Pero era mejor así, ya que la gracia de Cristo no concebía ser deslumbrante. Sus ojos vacíos parecían mirar hacia el infinito, a la inmensidad de la sustancia etérea. A algo que ni él mismo en su momento supo explicar.
Una respiración agitada produjo un sonoro eco, que hizo que las numerosas vírgenes y santos se sobresaltaran. Pero no sólo ellos la escucharon. La castidad y obediencia siempre sucumbe a las costumbres ordinarias, y es así como el padre permanecía dormido en su confesionario hacía largas horas. Hasta ahora.
Abrió lentamente los ojos y trató de moverse, con un consecuente y agudo dolor de espalda. ¿Quién por Dios santísimo podría ser? Porque esta no era hora para confesiones. Si llegara a ser algún pilluelo con ganas de despertar a un pobre cura de un pequeño y mísero poblado, sólo para importunar, ya vería. No habría confesión para su familia por unos cuantos meses. Hasta los curas practican la venganza. Se rió para sus adentros. Y no sólo la venganza… Lentamente deslizó la pequeña madera para dejar abierta la rejilla de confesión. No se asomó nadie. Pero sí que había alguien. Se arrastraba por debajo, ensuciando sus blancas piernecitas. Conteniendo la respiración.
_ ¿Quién es el que anda por ahí? La criatura del suelo respiró hondo, incorporándose lentamente. Posó sus pequeñas manos en el polvoriento confesionario y comenzó a elevarlas hacia la rejilla de confesión dejando un inconfundible rastro humano. El cura percibió la sutil caricia y comprendió que lo que sea que había entrado se encontraba acurrucado allí abajo. Miró, nervioso, hacia la puerta y pensó en huir de allí, pero se encontraba estático en su lugar, como si una fuerza divina lo retuviera.

lunes, 5 de enero de 2009

sommer

¿Sabés lo que opino? ¿Qué? Que tenés que comenzar a ser la protagonista de tu vida. Sí, ya lo sé. Siempre me lo propongo y nunca lo hago. Siempre digo, bueno, el año que viene, todavía me queda tiempo. Per no. No me queda ningún tiempo. ¿Por qué el maldito verano siempre se empeña en hacerme ver cuán sola estoy? Siempre es en el verano que caigo en la cuenta de que, en realidad no tengo a nadie. Estoy completamente sola. Es bastante deprimente, ¿no lo creen? Pero yo ya me resigné. Que voy a estar para siempre sola en esta vida. Que, dicho sea de paso, no me importa que se termine ahora. Qué fuerte declaración, ¿verdad? No puedo aguantar más así. No sé aún cómo lo sigo aguantando. Si igual, en mi funeral, no creo que nadie llore por mí. Es más, nadie se va a enterar. Debería soltar una risa amarga ahora. Pero esta soledad es porque yo me la busqué, supongo. No, pero yo no la busqué. ¡No! Las circunstancias de la vida hicieron que perdiera a personas importantes, y ya nunca más uní lazos tan unidos con otra gente. Personas totalmente necias que desaparecieron de mi vida sin más. Siempre me queda el consuelo de que el verano que viene va a ser diferente. Lo va a ser. Pero en el fondo sé que no.