jueves, 8 de enero de 2009

Juana de Arco (La película de Luc Besson, adaptada a novela)
Comienzo 5/1/09



La capilla del pequeño pueblo de Domrémy se hallaba silenciosa y en penumbra. De hecho, estaba tan inerte que no parecía que en su interior habitara un hálito divino.
El señor Jesucristo observaba todo desde las alturas, porque debía estar alejado de los mortales. Debían adorarle, pero temerle. La poca luz que penetraba en la estancia lo hacía difusa y dubitativamente. Pero era mejor así, ya que la gracia de Cristo no concebía ser deslumbrante. Sus ojos vacíos parecían mirar hacia el infinito, a la inmensidad de la sustancia etérea. A algo que ni él mismo en su momento supo explicar.
Una respiración agitada produjo un sonoro eco, que hizo que las numerosas vírgenes y santos se sobresaltaran. Pero no sólo ellos la escucharon. La castidad y obediencia siempre sucumbe a las costumbres ordinarias, y es así como el padre permanecía dormido en su confesionario hacía largas horas. Hasta ahora.
Abrió lentamente los ojos y trató de moverse, con un consecuente y agudo dolor de espalda. ¿Quién por Dios santísimo podría ser? Porque esta no era hora para confesiones. Si llegara a ser algún pilluelo con ganas de despertar a un pobre cura de un pequeño y mísero poblado, sólo para importunar, ya vería. No habría confesión para su familia por unos cuantos meses. Hasta los curas practican la venganza. Se rió para sus adentros. Y no sólo la venganza… Lentamente deslizó la pequeña madera para dejar abierta la rejilla de confesión. No se asomó nadie. Pero sí que había alguien. Se arrastraba por debajo, ensuciando sus blancas piernecitas. Conteniendo la respiración.
_ ¿Quién es el que anda por ahí? La criatura del suelo respiró hondo, incorporándose lentamente. Posó sus pequeñas manos en el polvoriento confesionario y comenzó a elevarlas hacia la rejilla de confesión dejando un inconfundible rastro humano. El cura percibió la sutil caricia y comprendió que lo que sea que había entrado se encontraba acurrucado allí abajo. Miró, nervioso, hacia la puerta y pensó en huir de allí, pero se encontraba estático en su lugar, como si una fuerza divina lo retuviera.

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